Nadie que haya estado en las alturas de estas majestuosas ruinas ha podido escapar a su màgico encanto. Los místicos de todas las latitudes dicen que allí se encuentra uno de los polos espirituales del planeta. Las gigantescas edificaciones de esta ciudadela que desafían la naturaleza, se mimetizan con un majestuoso paisaje en una paz eterna que embruja al visitante.
No se sabe a ciencia cierta por qué sus habitantes originarios lo abandonaron ni el uso que le daban, aunque todo indica que se trataba de un lugar consagrado al culto y la meditación, atendido posiblemente por acllas o "vírgenes consagradas" a los dioses de los incas.
Documentos coloniales sugieren que Machu Picchu habría sido un palacio privado de Pachacutec, tambièn llamado Inca Yupanqui ,el primer emperador inca, que gobernò entre 1438 y1470. Aunque algunas de sus mejores construcciones y el evidente carácter ceremonial de la principal vía de acceso a la ciudad testimonian que ésta fue usada como un santuario religioso. Ambos usos (palacio y santuario) no habrían sido incompatibles. Investigaciones recientes han descartado el supuesto carácter militar de Machu Picchu que se le atribuyò en algùn momento.
Para fortuna nuestra los españoles, enfebrecidos por la búsqueda del mìtico "Dorado”, jamás se enteraron de su existencia. Tal vez fue evacuado en el más absoluto silencio, para evitar la pillería profana de la que hacían gala los conquistadores. El secreto de su existencia fue guardado hasta que fue borrado por el olvido. Fue hasta un poco màs de un siglo que se volviò a saber de esta maravilla, una de las mejor guardadas de la humanidad.
El descubrimiento
Muchas historias se han tejido acerca del descubrimiento de Machu Picchu. No es nuestra intención polemizar sobre el tema, sino acercarnos un acontecimiento històrico basándonos en hechos, documentos, crónicas y testimonios existentes.
Hasta donde se sabe, el 24 de julio de 1911 Hiram Bingham, aventurero y profesor de la Universidad de Yale (Estados Unidos), llegó hasta el lugar para anunciarlo al mundo.
Primero tenemos que ubicarnos en el Perú de principios del siglo pasado. No había carreteras asfaltadas ni automóviles. El interés por la arqueología era incipiente. La población estaba acostumbrada a convivir con las ruinas prehispánicas que a lo largo de los siglos fueron presa fácil de huaqueros o depredadores de huacas; es decir que para muchos el interés por los restos arqueológicos se limitaba al pillaje.
En su faceta de explorador, Bingham estuvo años antes en el Perú (1906-1909), residiendo en la ciudad de Abancay, fascinàndose por las crónicas coloniales que mencionaban la existencia de una ciudad perdida de nombre Vitcos, último bastión de Manco Inca II y sus rebeldes que, se dice, lucharon contra el poderío español desde la enmarañada selva de Vilcabamba.
En esta aventura, guías locales condujeron a Bingham a lo que ahora conocemos como Choquequirao. Entusiamado por los sueños de encontrar el fortìn inexpugnable de Manco Inca II regresó a los Estados Unidos con el propósito de reunir fondos para continuar con sus exploraciones, logrando conseguir el apoyo de la National Geografic Society y de la Universidad de Yale, además de dinero entregado por amigos y familiares. A partir de ese momento encontrar Victos ya no era sólo un interés académico; se había convertido en una empresa bien planificada.
Para entonces, en los confines del Valle Sagrado de los Incas, en la espesura de enmararañados bosques, los campesinos Melquiades Richarte y Anacleto Álvarez vivían en un lugar conocido como Machu Picchu (Cerro Viejo), en medio de piedras incaicas a las que no prestaban la mìnima importancia, porque estaban allì desde sabe cuànto, entre una tupida vegetaciòn. Sembraban en la tierra fértil y llana que sus ancestros habìan conseguido rescatar para el cultivo. Sus chacras estaban tan apartadas que sólo de vez en cuando eran visitados por unos vecinos. En realidad, a menos no que fuera a visitar a estas familias casi hermitañas,, no tenía sentido dirigirse a este lugar perdido, de acceso duro y agreste. Si bien la tierra era buena para sembrar, había que desmontarla de los árboles y de la tupida maleza que cubría la escasa superficie visible.
Sus casas estaban cerca de un manantial del que brotaba agua fresca para deslizarse por el cerro. Sus mujeres e hijos ayudaban en las faenas agrícolas, en el desyerbe y en la limpieza de la acequia. En medio del monte había algunas casas de origen desconocido, muy antiguas, que ambas familias quisieron ocupar por estar cerca de sus chacras, pero, por su gran tamaño, sólo las usaban parcial y esporádicamente. Los niños eran quienes las frecuentaban más.
A veces los visitaba un vecino, Melchor Arteaga, quien vivía en Mandorpampa, bastante abajo del enorme cerro. Cada visita era un verdadero acontecimiento para los dos matrimonios, pues no había propiamente un camino hacia Machu Picchu, pese a que en tiempos antiguos sí hubo uno, al pie del cerro Wayna Picchu, que se iniciaba muy cerca de Mandorpampa y hoy se conoce como Camino Inca. Subir la empinada montaña, cubierta de maleza y alimañas, con el piso barroso y resbaladizo, en aquel entonces sólo servía para visitar a las familias Richarte y Álvarez, pues Machu Picchu no estaba en ruta a ningún lugar. Cerca de Mandorpampa había un vado relativamente bajo y antes de iniciar el ascenso había que cruzar el río Urubamba, que rodeaba el cerro por los tres lados. Además, había mucha niebla allá arriba, casi todo el año.
El 24 de julio de 1911, los Richarte y los Álvarez recibieron una nueva visita de Melchor Arteaga, quien esa vez estaba acompañado de un forastero que dijo llamarse Hiram Bingham y de un sargento de la policía de apellido Carrasco. Llegaron muy cansados y los lugareños les dieron de beber y les ofrecieron descanso en sus casas. Pero el forastero no había ido a verlos a ellos. Quería ver las casas antiguas que estaban bajo el monte, pues Arteaga le había dicho que allí había ruinas y se había ofrecido de guía. Richarte encargó a su hijo que le mostrara las casas y las cuevas donde él jugaba.
Se dice que Bigham llegó hasta el lugar porque en enero de 1911, cuando Braulio Polo y La Borda, propietario de la hacienda Echarate, cerca de Quillabamba, tuvo como invitado al señor Alberto Giesecke, entonces rector de la Universidad Nacional de San Antonio Abad, le informó que la zona estaba plagada de restos arqueológicos incas y Giesecke de inmediato se comunicó con Bingham y le transmitió la noticia, pues conocía desde años atrás del sumo interés del estadounidense en el tema.
El explorador, sin pérdida de tiempo se encaminó al valle de Vilcabamba y al pasar por la localidad de Mandorpampa encontró a Melchor Arteaga, quien lo condujo por la enmarañada selva hasta el lugar que para Bigham era Vitcos.
Bingham, tras encontrar lo que creía Vitcos, volvió a Estados Unidos donde formó una expedición de arqueólogos, antropólogos y otros estudiosos, para realizar la limpieza, excavaciones y clasificación de lo que encontrarían en el lugar.
El resto es historia conocida. Con la aprobación del gobierno de Augusto B. Leguía, en medio de protestas de la población peruana que trató de impedir su embarque en el puerto de Mollendo, Bingham hizo lo mismo que los conquistadores españoles al llevarse a su país los valiosos objetos hallados, que fueron depositados en la Universidad de Yale.
El Estado peruano ha realizado las gestiones diplomáticas para repatriar dichos objetos, que con motivo del centenario del descubrimiento atribuido a Bigham, fueron devueltos.
(Publicado en Descubramos Paititi en Junio de 2007)
El explorador, sin pérdida de tiempo se encaminó al valle de Vilcabamba y al pasar por la localidad de Mandorpampa encontró a Melchor Arteaga, quien lo condujo por la enmarañada selva hasta el lugar que para Bigham era Vitcos.
Bingham, tras encontrar lo que creía Vitcos, volvió a Estados Unidos donde formó una expedición de arqueólogos, antropólogos y otros estudiosos, para realizar la limpieza, excavaciones y clasificación de lo que encontrarían en el lugar.
El resto es historia conocida. Con la aprobación del gobierno de Augusto B. Leguía, en medio de protestas de la población peruana que trató de impedir su embarque en el puerto de Mollendo, Bingham hizo lo mismo que los conquistadores españoles al llevarse a su país los valiosos objetos hallados, que fueron depositados en la Universidad de Yale.
El Estado peruano ha realizado las gestiones diplomáticas para repatriar dichos objetos, que con motivo del centenario del descubrimiento atribuido a Bigham, fueron devueltos.
(Publicado en Descubramos Paititi en Junio de 2007)